A cuenta de sus últimos discos, mucho se ha hablado del supuesto agotamiento artístico de
Beck Hansen. No estoy de acuerdo con esta afirmación; me parece más una cuestión de percepción que de realidad. Percepción que es, por otro lado, muy comprensible teniendo en cuenta lo epatante que fue su obra durante la segunda mitad de los noventa, cuando
Odelay,
Mutations y
Midnite Vultures le convirtieron en la comidilla de la prensa especializada (mención aparte merece su debut
Mellow Gold, maestra demostración de una inclasificable y bizarra
roots music). Hay en estas grabaciones mucho de quien está bendecido por la genialidad, pero sobre todo Beck se afirmó como un orfebre de canciones perfectas, un maestro de la deconstrucción sonora capaz de salir airoso de cualquier malabarismo, ya tuviese forma de tonada soul, funk, blues, country o folk. Es normal que ahora no sorprenda tanto, pero sigue facturando grandes álbumes que no desmerecen elogios. No está, ni mucho menos, tan agotado como se cacarea.
Si no voy a hablaros de ningún disco de Beck ¿a qué viene todo esto?
A mediados del año pasado, Beck anunció un ambicioso y excitante proyecto. Nacía el
Record Club, una selección de músicos capitaneados por Beck que versionarían y grabarían un álbum completo en una única jornada, sin ensayos previos. Por allí han pasado invitados del calibre de Devendra Banhart, Andrew Stockdale, Jeff Tweedy y The Liars, por citar algunos. Los álbumes escogidos, reconocidos clásicos de la música popular, son reinterpretando canción a canción y, a razón de una por semana, aparecen en forma de vídeo y por el mismo orden en el que aparecen en el álbum original. La primera elección fue
The Velvet Underground & Nico, el ÁLBUM por antonomasia, al que han seguido joyas del calibre de
Songs of Leonard Cohen,
Oar (de Skip Spence) y, ahora,
Kick (1987), el álbum que lanzó definitivamente a INXS al estrellato mundial.