miércoles, 5 de mayo de 2010

Neil Young on the road (again)



Siempre me lo he preguntado: ¿soy un fan de Neil Young? Tengo una colección suya bastante aceptable, más de una veintena de referencias que comprenden casi todos sus trabajos de los setenta, la primera mitad de los noventa y sus últimos discos desde Greendale (2003). De la ominosa década de los ochenta sólo Trans (1983) y Freedom (1989) aparecen en mis estanterías. Soy lo bastante fanático como para desplazarme a Barcelona o Lisboa para verle, pero no tanto como tener los tragaderos de asistir al Rock in Rio. Tampoco suelo dejarme los veinte euros que suelen costar sus nuevos discos; normalmente los descargo y espero hasta que su precio sea más asequible. Eso sí, ascienden al número uno de los discos-pendientes-de-escuchar y durante unas semanas les dedico un tiempo casi exclusivo, empapándome de las canciones y dejando que me seduzcan a poquitito.

Las primeras escuchas de Fork in the Road (2009) me decepcionaron. En la ya pasada década Young nos deleitó con discos enormes como Prairie Wind (2005) o Chrome Dreams II (2007), este último un excelente trabajo que, en mi opinión, alcanza el mismo nivel que obras imperecederas como Zuma (1975) o Ragged Glory (1990). «Love to burn», «Cortez de killer», «Love and only love», «No hidden path» y «Ordinary people» son piezas inconmensurables, de épicos desarrollos, de excitantes y extensos devaneos guitarreros para mayor gloria del canadiense. Esa faceta suya que tanto me maravilla está ausente en Fork in the Road. Lo que encontramos aquí es un álbum de carretera, urgente, de rápida cocción, en el que el canadiense nos sirve en el menú su faceta más roquera; es el suyo un rock poderoso de guitarras incisivas, espoleado por la efectiva y versátil base rítmica de los veteranos Rick Rosas y Chad Cromwell.


«Get behind the wheel», tardío despegue de un álbum, aunque correcto, irregular.

No es la ausencia de esas canciones extensas lo que me produjo cierto rechazo. Fue, simplemente, la falta de canciones, pues Fork in the Road, sobre todo en su primera mitad, adolece de falta de composiciones redondas. «Just singing a song» es la única que se salva de la criba, pero al llegar a la segunda mitad, en «Get behind the wheel», el disco despega, irónicamente, gracias a los medios tiempos de «Off the road» y «Light a candle». Y es que no deja de ser irónico que lo mejor de un disco de rock crudo sean las canciones más pausadas, donde Young nos estremece con bellas melodías, guitarras emotivas y delicados pianos que consiguen erizar el vello de la nuca y calar hondo.


«Light a candle», estremecedora, es de lo mejorcito del disco; Young saca su lado más rootsy.

Esa fue mi primera impresión. Desde que compré, hará una semana, el CD de Fork in the Road (en unos grandes almacenes, a 4,99: una buen compra) lo he estado escuchando mucho, dándole más vueltas que cuando lo descargué el año pasado y he conseguido hacerme con las canciones. «Coug up the bucks» o «Johnny Magic» siguen desagradándome, sonando facilonas y sin energía. «Fuel the line» no termina de satisfacerme aunque supera el listón. Son «When worlds collide» o «Fork in the road» las que más han ganado con las escuchas, llegando ya a gustarme tanto como «Hit the road» o «Get behind the wheel». Lo que tampoco deja de resultar, una vez más, irónico. ¿No lo es que un disco que debería ser inmediato cueste tanto de asimilar?


«Fork in the road», briosa muestra de rock con piano.

El álbum, conceptual, gira alrededor del viejo Ford Lindcoln Continental del 59 del canadiense, quien lo remodeló para que funcionase con electricidad. Con él, viajó desde su finca en California hasta Washington, y durante el recorrido, parece ser, escribió las canciones del álbum. Fork in the Road se convierte, pues, en una suerte de fábula ecologista (aunque el tío Young aprovecha para arremeter contra la guerra y el poder del dinero) de intenciones loables aunque moraleja un tanto inocente.


«Hit the road», carretera y manta.

Soy consciente de que, si Neil Young no hubiese firmado este disco, no le habría concedido las mismas oportunidades. No creo que hubiese pasado de la tercera o cuarta escucha. Supongo que os pasará a todos. A un artista al que admiras siempre le concedes el beneficio de la duda y fuerzas más la máquina.

Supongo que sí, que soy un fan.

¿No?

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