Todos estaréis de acuerdo en que hay discos que trascienden su propia condición y se convierten en algo más que la música que los contiene. A menudo es un disco incomprendido en su momento, visionario y audaz, que tarda años en alcanzar todo su esplendor a base de que la crítica lo revisite una y otra vez. Otros, en cambio, gozan de cierto éxito popular y son más apreciados por la masa que por los selectos paladares de la crítica «entendida». Pasado el tiempo sus surcos se convierten en documentos vivos de una época ya pasada, gracias a que captaron el momento con una fidelidad que el tiempo ha ido poniendo de relieve, mientras que su frescura y vitalidad se mantienen incólumes al desgaste de las décadas.
El primer álbum de Potato y Tijuana in Blue es uno de estos discos. Podríamos discutir la calidad y pericia de quienes perpetraron semejante obra. Pero pocos pueden discutir que las canciones son un fresco de los convulsos años ochenta en Euskadi, vistos a través de dos bandas creadas de los despojos del lumpen, por desharrapados y analfabetos musicales que quisieron creer en el sueño imposible de una Euskadi tropical, y que aportaron luz, color y alegría a una época que la memoria se empeña en envolver en grises y apagadas postales.