viernes, 5 de noviembre de 2010

Hertzainak y el fin del rock radikal vasco

Lejos del sonido festivo que tan populares les hizo y que les permitió vender más de 20000 copias de su primer disco, los Hertzainak confirmaron con Salda badago (1988) que la Euskadi tropical fue el sueño de unos ilusos y, desvanecida la energía (ayudada por la adicción a la heroína de Gari, el carismático cantante y las continuas peleas en el seno de la banda), sólo quedaba entregar honrosos discos de rock que sus fans, tercos, se negaban a aceptar.

Hau dena aldatu nahi nuke (1985) marcó el cambio en Hertzainak. Un sonido más maduro, quizá un poco plomizo, que no causó la misma adhesión que ambos, crítica y público, mostraron hacia su primer trabajo. Pero ellos eran tozudos y decidieron salir adelante. Se profesionalizaron y quisieron hacer discos de rock bien grabados, con composiciones sólidas y producciones más maduras. Reclutaron a Ruper Ordorika y a Jean Phocas como productor y técnico y entregaron su tercer trabajo, Salda badago, entre la indiferencia con el que las nuevas camadas de jóvenes del RRV lo recibieron.


«Salda badago», calentándose del frío invernal con un caldo... o unas carantoñas.

El grupo que soñaba con que el árbol de Guernica se transformase en una palmera («Arraultz bat pinu batean»), que querían ver drogas en A.E.K. (las escuelas populares de euskera) para estar ciego y no ver a los vascos («Drogas A.E.K.'n») y que cantaba a los caídos de los Comandos Autónomos Anticapitalistas («Pakean utzi arte») era ahora un grupo serio y profesional. La Euskadi fría y gris, en estado de sitio, se impone a la Euskadi topical, y aquellas payasadas de juventud quedan atras desde que el álbum arranca, cantando que el árbol seguía igual mientras unos colgaos salían a la calle a mediados de enero en mangas de camisa («Txantxetan»), que tras el vaho del cristal, la gente está fría («Salda badago») y que tus esperanzas son sólo pasatiempos de locos («Ez dago ilusio faltsurik»).


«Kalea hutsik», calles vacías reflejadas en el charol de las botas de los agentes, viejos mercenarios grises, defensores de los cutres y tan cutres como ellos.

Un disco surcado por el desencanto e hilado con un fino humor negro, donde asco y desesperanza se dan la mano dejando un rastro de calles vacías, de falsas ilusiones y sueños truncados, sin tiempo para el amor. Un vivo retrato, en definitiva, del tiempo que precedió a la muerte del RRV. Algo que ellos vieron venir y que sufrieron en sus carnes más que nadie.


«No time for love», versión de la canción irlandesa popularizada por Christy Moore.

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